domingo, 4 de enero de 2015

ENCENDIDO ANIMAL DE LA NOCHE






Y esto de la poesía como que cada vez se va poniendo más turbio.

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Hay que entrar desnudos al poema y dejar que nos invada, nos cubra o corte la piel, y dentro de la piel la carne, con sus versos y con un silencio atento dejar que la palabra cante, grite, nos desarme o acomode. 
Hay que entrar desnudos a estos poemas y dejar que se encienda, lentamente, el animal de la noche, noche que anuncia el frío y el vértigo de quien canta entre sus propias sombras, recorre una ciudad que es también verso y galopa sobre los salvajes cuerpos perdidos en la memoria.

Un poemario es un tratado de voces, en este caso, impulsadas por el fuego,  se animalizan, llevan una especie de navaja en su pelaje, tocan la lluvia que lava visiones y despierta nombres olvidados; voces que susurran a los rastros de sol en la arena, desordenan el viento y vuelven turbia a la palabra -por su oscuridad y sobresalto- trazando un camino zigzagueante de textos creados tres o cuatro años atrás, de aquellos que reposan en cualquier hoja o cuaderno y el tiempo es quien termina de levantarlos, pero también otros recientes con los que se construye este universo lírico cuya temática, ritmo y tono varía y presenta tres grandes partes, no cronológicas, pero sí semánticas, o tal vez, simplemente, caprichosas.

De la ciudad de las visiones
Catorce poemas y una ciudad: bosque de asfalto, ramaje eléctrico para aves incendiadas, callejones de hielo para azulados demonios. Construcción de versos con los que se edifica la locura, parece que toda alucinación nace de madrugada o en horas en las que el poeta recoge y derrama sobre el papel el resumen de sus diluvios cotidianos, en medio del desencanto, del destierro voluntario, con un ojo extranjero que se apropia de la urbe y su atmósfera premonitoria, con música que aparece a manera de banda sonora para triturar versos como fantasmas y descubrir el porqué de la sed de las visiones...

Huellas en la sangre
Segundo escenario: redondel de imágenes en donde la voz sigue a un animal, fuera del contexto citadino y dentro de lo más carnal y humano. Ocho poemas que se desenvuelven en bosques, lagos y tempestades del pensamiento, también en el dolor, sobre el mar, en el amor, haciendo símbolos para entender silencios, como si todo lo terrenal se hubiera dejado en la primera parte de este poemario y los elementos cotidianos que siguen apareciendo son sublimes o hablan más allá de sí mismos, con el instinto y el alma que ha encontrado al fin la semilla de lo innominado.

Zigzag encendido animal de la noche
Un destino: la suma de versos fuertes en poemas tal vez más breves, pero no por eso menos potentes o acertados. Cierran este libro once textos en los que se descubre al poeta preguntando sobre el acto mismo de la escritura, sobre sus motivos y formas, metaliteratura dentro de un espacio en el que la voz del poeta se fragmenta para dar una posible respuesta o seguir indagando en recuerdos e imágenes que parecen ser el inicio de toda creación, que, al desarrollarse, destruye al animal, su sangre y su noche para así poder recoger uno a uno los frutos del exterminio.

Jorge Aguilar nos presenta una obra oscura mas cargada de destellos, un recorrido por lo que lleva en la carne el grito y en la piel el impulso, poemas para masticar despacio y otros para ser devorados sin mayor premeditación. Una obra que muestra el estilo ya consolidado de su autor: las voces del desarraigo infectadas de imaginación.



Lucía Moscoso Rivera.

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